Familias migrantes

Familias migrantes

La migración representa una alternativa para mejorar la calidad de vida de las personas, porque puede traer consigo un considerable desarrollo para familias completas, principalmente en el ámbito económico, sin embargo, la realidad de la migración es aún más cruda, pues quienes migran enfrentan situaciones difíciles durante su trayecto migratorio.

El principal motivo por el que las personas decidan dejar sus países de origen es garantizar que sus familias cuenten con mejores oportunidades educativas, sociales y económicas, pero hay quienes deben migrar para salvaguardar su seguridad ante los riesgos que enfrentan a causa del crimen organizado, y eso en ocasiones implica migrar en familia.

Emprender un viaje hacia un país desconocido es muy complejo cuando se hace solo y hacerlo en familia también lo es, porque adultos y niños se ven expuestos a situaciones de violencia, discriminación, extorsión y a la privación de sus derechos. Muchas familias migrantes no quieren emigrar, pero deben hacerlo para huir de situaciones que atentan contra sus vidas.

Tristemente, los migrantes se ven perjudicados por un sistema lleno de desigualdad que vulnera sus vidas e integridad física, emocional y psicológica. Aunado a ello, el apoyo que brindan las organizaciones que cuidan y protegen los derechos de personas en situación en movilidad no es suficiente, pues los centros se encuentran desbordados, por lo que se requiere aumentar los espacios de acogida en México para garantizar la protección de los derechos de niños, adolescentes, jóvenes y adultos migrantes. 

Los retos de migrar en familia

Nací en Guatemala, hasta hace dos años fue el lugar donde había pasado toda mi vida, pero tuve que migrar a otro país, dejar a mi mamá y la vida que mi esposa y yo habíamos construido. 

Al igual que muchas personas que huyen o dejan su país, yo tenía una vida relativamente normal, trabajaba en un call center y tenía una flotilla de uber, un hogar y hasta cierto punto vivíamos tranquilos, aunque la realidad es que con las pandillas ningún lugar es seguro, porque ellos lo controlan todo. 

Esa es la razón por la que hace dos años tuvimos que dejar Guatemala. Mi esposa fue secuestrada, afortunadamente ella logró escapar y llegar a casa, pero desde entonces, todos vivimos con miedo. Después de su secuestro, estuvimos una semana encerrados, ocultándonos porque temíamos que vinieran a buscarnos, la policía preguntaba por nosotros, pero ni siquiera habíamos puesto una denuncia, así supimos que las pandillas y ellos estaban coludidos. Ya no estábamos seguros y necesitábamos salir del país, dejarlo todo.

En 2019, llegamos a la frontera de México, durante un mes, amigos de nuestra iglesia nos dieron asilo, yo busqué empleo y comenzamos los trámites para la solicitud de refugio, la cual demoró siete meses en que nos fuera otorgada. 

En Tapachula conocimos a Médicos sin frontera, quienes brindaron apoyo psicológico a mi esposa, pues ella tenía un trauma severo a causa del secuestro que vivió, así que para darle el seguimiento oportuno nos mudamos a la Ciudad de México, la intención era que mi familia y yo estuviéramos mejor, mientras mi esposa y mi hijo seguían su tratamiento médico.

Llegamos con muchas promesas a esa ciudad, nos dijeron que tendríamos un techo digno, trabajo, alimentación y la posibilidad de irnos a Canadá, pero nada fue cierto. En Ciudad de México vivimos violencia y fuimos testigos de la inseguridad, una persona agredió a mi esposa e hijo, la verdad es que estuvimos en un lugar donde no nos sentíamos tranquilos.

Cuando preguntábamos sobre el estatus del trámite para el asilo en Canadá, no había claridad del proceso, nos tocó ver como otras familias se iban a ese país, pero de nuestro caso no había respuesta y ante todo lo que estábamos viviendo, decidimos viajar a Tijuana, escogimos este lugar porque es más seguro y está cerca de la frontera de Estados Unidos.

Al llegar a Tijuana, acudimos a la embajada con el propósito de hablar con el cónsul y recibir apoyo, porque en México tampoco nos sentimos seguros y nuestro plan es poder llegar a Estados Unidos o Canadá, queremos vivir tranquilos, porque en nuestro país no pudimos hacerlo y tampoco aquí.

Un espacio acogedor y familiar

En esta ciudad fronteriza, mi familia y yo retomamos contacto con ACNUR, ellos nos canalizaron a Aldeas Infantiles SOS y desde hace dos meses vivimos en la Aldea, junto a otras familias migrantes, por primera vez, en dos años mi familia y yo estamos en un lugar tranquilo, veo que mi hijo está feliz y eso es lo más importante, porque una de las razones por las que salimos de Guatemala es garantizar que nuestro hijo esté bien.

Él ha estado muy triste y aquí ha podido superar muchas cosas, su autoestima ha mejorado, es un niño alegre que juega y ríe, eso es lo más importante para mi esposa y para mí. También a nosotros nos han ayudado mucho con los talleres y las películas, porque nos permite trabajar en nuestro proceso de resiliencia, entre las familias que viven aquí hay respeto y solidaridad, porque, aunque nuestras historias son diferentes, nos comprendemos unos a otros. 

Aquí nos escuchan y nos toman en cuenta, eso se siente muy bien, porque muchos hemos vivido situaciones de discriminación por ser migrantes, entonces aquí en la Aldea nos sentimos bien. 

Nuestro plan aún es irnos de México, no sé cuánto tiempo tengamos que esperar, pero estoy agradecido por el apoyo de organizaciones como las que nos han ayudado, solo creo que deberían existir personas más empáticas con nuestra situación, porque nosotros no queríamos dejar nuestras vidas y país, pero no teníamos otra opción y solo queremos tener una vida tranquila.

Cuando estaba en Guatemala estudiaba para ser locutor y mi sueño es poder tener un programa donde personas como yo compartan sus historias, ayudemos a las personas a reflexionar sobre este tema y comprendan la situación de personas como yo. 

En Aldeas Infantiles SOS estamos comprometidos en restituir los derechos de los niños y adultos en situación de movilidad, porque su calidad migratoria no justifica que sean privados de ellos y merecen vivir en un espacio donde se sientan seguros y protegidos.